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Noche de Epifanía - Abelardo Castillo

Cuento de Abelardo Castillo

 

Querido querido Jesús Dios mío, perdóname que te lo cuente a vos justamente esta noche que debe ser un lío con todo lo de los chicos pobres y del África pero como ya escribí la carta de Matías no creo que esto lo pueda arreglar otra persona porque re­cién oí dar las doce y ellos ya deben andar por acá y capaz que lo traen, perdóname también que te diga de vos y no de tú como cuan­do rezo, pero si me pongo a pensar las palabras finas con el sueño que tengo voy a hacerme un matete o voy a parecer la tía Elvirita cuando se las quiere dar de educada. Me imagino que sabés que te habla Carolina, la hermana de Matías, pero por si acaso te lo cuen­to como le dice papá a mamá que hay que contarles las cosas a los hombres, como si fueran tarados, vos contame las cosas como si yo fuera tarado y no me vengas con sobrentendidos. Matías vos sabés que es medio loco pero yo lo quiero porque tiene cinco y es lindísi­mo y es mi hermano, aunque al principio lo quería menos porque se hacía pis encima y se cagaba todo, vos perdóname pero no te voy a decir que se hacía po po, como la tilinga de Elvirita, y de todas maneras ahora apenas se caga de vez en cuando porque ya aprendió a sacarse los pantalones solo. Lo que más me gusta son los ojos que tiene, que parecen esos papeles celestes medio plateados de los ramos de flores, y también me gustan esos dientes parejitos que la verdad no sé para qué te salen tan parejos si después se te caen y te vuelven a salir y encima te crecen para cualquier lado y parecen se­rrucho, pero cuando se te caen éstos sí que estás frita como la abuela que se olvida la dentadura en cualquier parte y cuando yo era más chica y no sabía cómo era ese asunto de los dientes postizos casi me muero de la impresión cuando me los encontré en la pileta del baño. No sé cómo vine a parar acá pero lo que quería decirte es que a Matías yo no le puedo negar nada, y por eso escribí la carta. Ese chico la tiene completamente dominada, dice mamá, ese chico es la piel de Judas pero su hermana es el brazo ejecutor. Y siempre cuen­ta la vez que él me hizo quemar los zapatos de presillas. Como a lo mejor es un pecado y nunca lo confesé te lo digo a vos directamente para que me perdones directamente. Matías odiaba esos zapatos de presillas que son iguales para nosotras y para los varones, y tenía razón, si no me gustaban ni a mí, y como el pobre tenía cuatro y era tan chico que ni sabía prender un fósforo me hizo traer alcohol fino, o lo del alcohol fue una idea mía, no sé, y me dijo Carolita linda, quemalos. Lo que pasa es que te mira con esos ojos redondos y celestes que parecen bolillones y quién le niega nada, cómo te vas a negar a escribirle una carta a un chico que no sabe escribir y que se empaca en no decirle a nadie lo que quiere para el día de los reyes ni nunca pensó que a lo mejor los reyes son los padres. No es que yo esté muy segura, pero si no son los padres para qué necesitan saber qué pedís, y lo malo es eso, Jesús querido querido, lo malo es que ahora no estoy nada segura, porque si los reyes no son una de esas macanas que inventan los grandes para que después la vida te desilusione, como dice Elvirita que tiene como veinticinco años y ya se quedó soltera, si los reyes son los reyes y son magos, vos no sabes, Jesús querido hijo de la santísima Virgen, lo que va a pasar en esta casa mañana a la mañana cuando se despierten, o dentro de un rato, porque a mí me parece que ya se lo trajeron. Y ahora que lo pienso esto tendría que estar contándoselo a la Virgen, que como es mujer y madre por ahí entiende mejor que vos este tipo de pro­blemas de familia, pero ya que empecé no puedo cambiar de caba­llo en la mitad del río, como dice papá. Hace una semana que le andan dando vueltas, qué vas pedir para el día de los reyes, Matías, qué te gusta, un trencito, un videojuego, uno de esos para armar casitas. Matías nada. Decinos qué pediste, Matías, querés un trici­clo. Nada. Los reyes saben lo que quiero. Sí, Matías, pero igual tenés que contarnos para que te ayudemos a pedir nosotros. Matías nada y que si el regalo es para él no precisa que nadie se meta, y ellos mirá cómo Carolita nos dijo que pidió una bicicleta para que nosotros también pidamos con ella, y él a mí qué me importa Carolita el regalo es para mí y ellos son magos y saben todo. Y yo creo que es cierto que saben todo, porque desde hace un rato tengo la impresión de que ya se lo trajeron pero no pienso prender la luz ni abrir los ojos, debe medir como siete metros, y lo peor es que la carta de Matías la escribí yo. Pero no sólo a mí me tiene dominada, también a la abuela y a mamá. Me acuerdo la vez que me vio sin bombachas y se puso a llorar y a gritar como desesperado que yo no tenía pito, que lo había perdido o me lo habían cortado o qué sé yo qué burradas y mamá casi se desnuda para mostrarle que las mujeres no necesitamos ningún pito, hasta que papá le dijo pero qué estás haciendo, Mecha, te volviste loca. Y mamá dijo qué le va a pasar al chico si me mira, degenerado, o no te das cuenta que cree que han mutilado a la nena. Pero se va a impresionar, Mecha, decía papá. Cómo se va impresionar a los cinco años, cómo un inocente de cinco años se va a impresionar de su propia madre. Entonces la abuela dijo algo del bello público y ahí medio que me perdí. Tu marido lo dice por el bello público, dijo la abuela, y mamá se calmó de golpe, pero Matías seguía llorando como un huérfano y no había modo de convencerlo, o sea que los tiene dominados a todos, no a mí sola. Mamá dijo me depilo, y papá dijo ¡Mecha! y la abuela que es viejísima y por eso sabe más dijo hacé que te toque y listo, con los pantalones que usás se va a dar cuenta enseguida, y la verdad que no me acuerdo cómo terminó porque cada vez tengo más sueño. Sí, Jesús querido de mi corazón, ya sé que estás esperando que te cuente lo de la carta, pero si no te explico los pormenores, como dice papá cuando discute con mamá, vos, Mecha, explicame bien los por­menores y no me andes con evasivas, si no te explico sin evasivas los pormenores de mi casa y cómo es mi hermano Matías cuando se empaca, cómo te explico lo de la carta. Porque al final le dijeron que escribiera una carta, y él que cómo iba a escribir una carta, tiene razón el pobre chico, si apenas cumplió cinco y es analfabeto, y ellos vos díctanos Matías y mamita o la abuela o Elvirita la escriben, y él que le compren un mecano y se vayan todos a la mierda, vos per­dóname Jesús pero Matías no tiene mucho vocabulario, no como yo que todos se admiran del vocabulario que tengo y a lo mejor fue por eso que él me lo pidió a mí. Escribime la carta, Carolita linda, y me hizo jurar con los dedos en cruz que no se lo diga a nadie o me caigo muerta y cómo le voy a negar nada cuando me mira con esos ojos o será que salí a mi madre, como dice papá, y tengo el sí fácil. Sí, le dije, dictame. Vos poné señores reyes magos, y yo le dije mejor pongo queridos, y Matías vos poné señores y que lo quiero a rayas. Pero mirá que yo leí en Lo sé todo que algunos miden como siete metros, contando la cola miden como siete metros. Fenómeno, dijo Matías, cuáles son los mejores. Los de Bengala, dije yo. Entonces poné queridos y que lo quiero de Bengala y poné que sea de verdad, dijo Matías, a ver si me traen uno de esos de paño lenci para tara­dos, y lo que yo creo Jesús de mi corazón es que ya se lo trajeron, lo oigo respirar entre mi cama y la de Matías, debe ser afelpado, debe ser tan hermoso, oigo cómo abanica suavemente su cola sobre la alfombra, ay lo que va ser mañana esta casa, lo que va a ser dentro de un rato cuando yo me duerma y papá entre a dejar mi bicicleta y el mecano de Matías, y por favor, cuando me castigues, acordate que me acordé de los chicos pobres y del África.

Fuente: Abelardo Castillo, El espejo que tiembla, Ed. Seix Barral